lunes, 16 de agosto de 2010

Lunes 9 de agosto de 2010



Hermanos:

A finales de los años ochenta empecé a interesarme en el tema de la Sincronicidad (Synchronicity en inglés). Quien acuñó el término fue Carl Jung, psiquiatra y psicólogo suizo de mediados del siglo pasado.

Básicamente la sincronicidad es la ocurrencia de dos o más eventos que no están unidos por relaciones del tipo causa - efecto, pero que son altamente significativos para la persona que los experimenta. De manera que lo que une a esos eventos es su significado y resulta que ese significado, ese valor, se lo da la persona que los experimenta.

El ejemplo clásico que presentaba Carl Jung era el de un paciente suyo que había soñado con un escarabajo de oro. Cuenta Jung que en el momento en que el paciente estaba contándole su sueño, escuchó el golpeteo en el cristal de la ventana, de un escarabajo tratando de entrar a la habitación que ocupaba junto con el con el paciente. Le abrió la ventana y lo atrapó al vuelo.

El universo de posibilidades que se abren con esta nueva visión es gigante. Si de alguna manera (evidentemente no causal) el paciente modificó la realidad física de su entorno de modo tal que apareció el escarabajo, estamos en presencia de una herramienta para moldear futuro distinta a la clásica de causa - efecto.

De ser cierta esa relación de sincronicidad, además del clásico recurso de sembrar naranjas para obtener, en un futuro, naranjales; podemos también acceder a un cierto estado de conciencia a los fines de materializar, en un futuro, cualquier escarabajo.

Pues bien, actualmente estoy leyendo Synchronicity: The inner path of leadership (algo así como Sincronicidad: El camino interior del liderazgo)  de joseph Jaworski. De veinticuatro capítulos voy por el nueve y todo indica que esas sincronicidades nos están ocurriendo a diario pero para percatarse de las mismas se necesita una actitud orante (el autor no lo dice de ese modo) es decir, andar por la vida con el corazón abierto y dispuesto a escuchar.

Me ilusiona la idea de que un día nos miremos y pueda descubrir mi sueño en tu sueño y que de una manera misteriosa eso acerque el futuro promisorio.

Hoy les traigo a un poeta que sin saber nada de sincronicidad ya sabía que había otra forma de mirar, que había otros ojos que miran por encima del aire, por encima de toda transparencia distante...

Ahora un paréntesis. Los poetas lo saben todo. Federico García Lorca, que posiblemente no pudo tener un acercamiento intelectual a la teoría de la relatividad, produjo unos versos que dicen:

El canto quiere ser luz
en lo oscuro el canto tiene
hilos de fósforo y luna.

La luz no sabe qué quiere:

En sus límites de ópalo,
se encuentra ella misma
y vuelve.

Actualmente la comunidad científica discute cual es el tipo de universo en que vivimos: Podría ser abierto si la masa total del mismo no es capaz de frenar gravitatoriamente la expansión; podría ser cerrado si la masa total del mismo es capaz de frenar gravitatoriamente la expansión e invertirle el sentido iniciando la implosión del universo; podría ser estacionario si la cantidad total de masa es capaz de frenar la expansión pero no es capaz de iniciar la implosión.

Yo no tengo dudas, es cerrado. Me lo dijo Federico: "...en sus límites de ópalo, se encuentra ella misma y vuelve"

Bien, como les dije, hoy les traigo de nuevo a Franklin Mieses Burgos, un poeta al que no sé por que lo llevo tan conmigo en estos días. Canción de los ojos que no se fueron.

Que tengan bonita semana.

Mario
www.poemadelunes.blogspot.com
www.quijoteurbano.blogspot.com

Canción de los ojos que no se fueron

Se me fueron los ojos por mirar la presencia
posible de las cosas que pasan como el río,
como el pájaro blanco de una luna sin alas,
como el cristal en donde se desnuda el silencio.

Desde niño se fueron...
y ahora tengo en la sangre
otros ojos que miran por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante,
y esta es mi pena ahora: el término y distancia;

el que yo muera siempre, mientras los otros cantan
cuando yo me deshago de llanto entre las yerbas
buscando la sonrisa que olvidan las estrellas
al huir presurosas ante la luz del día.

Yo me iría tirando también como los otros
en un cauce perfecto mis redondas palabras;
pero no puedo, no; hay otras formas mudas
que me llaman más hondo que la voz de las aguas.

Yo sé que nadie ignora la vida de mis ojos
allí donde la niebla tiene rosas moradas,
y el silencio devora la imagen de otra luna
hecha de anochecidas canciones apagadas;

allí donde los nardos son palomas crecidas
con las alas quebradas,
y el jilguero no es sólo la dulzura de un canto,
sino una ruta ancha por donde de puntillas
llega de noche el alba;

quiero decir: allí donde todas las hojas
elaboran por dentro de la savia fecunda
de sus verdes entrañas,
la presencia de una primavera enterrada,
en donde están gritando de angustia por su vida
las rosas que no nacen;

allí están mis ojos: los ojos de mi sangre,
los que miran tan sólo por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante;
los ojos que me dieron, que no fueron de carne;

allí están en la sangre
mirando el lado opuesto, la forma diferente,
el oculto sentido de la carne y la esencia;
porque todas las cosas tienen su doble sombra,
hasta la voz y el viento.

Franklin Mieses Burgos

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