lunes, 24 de septiembre de 2007

Lunes 24 de Septiembre de 2007

Hermanos:

Hoy es feriado en Santo Domingo.

Es día de Nuestra Señora de Las Mercedes, Virgen que, al decir de los españoles de la época, hizo su aparición para decidir a favor de ellos la batalla que libraban contra los guerreros del indómito Caonabo en Santo Cerro.

La versión apócrifa nos dice que Nuestra Señora hizo su aparición para detener el genocidio, pero como la historia no la escriben los vencidos, la versión oficial se impuso, por lo menos en lo formal, porque cuando el dominicano celebra Las Mercedes, lo que celebra en lo más íntimo, es a Caonabo.

Hoy les traigo una muestra de la poesía de Vicente Alemán, quien escribió bajo el seudónimo de Claudio Barrera, poeta hondureño del siglo pasado, nacido en La Ceiba, Honduras, el 17 de Septiembre de 1912 y muerto en Madrid en 1971.

En la introducción de su “Poesía Completa”, publicada en 1965, nos habla de la poesía y ofrece algunos datos sobre el ambiente social y literario en el que desenvolvió su vida y la de otros compañeros y amigos. Nos dice: "Así, hemos ido agrandando el paso de nuestra marcha, con trabajo y perseverancia, pero ya Honduras tiene acústica espiritual para nuestra inquietud espiritual de hilvanar versos... Ya no somos los trasnochados cantores de las novias melancólicas y lejanas entre vasos de ajenjo y canciones inútiles. Nuestros cantos cumplen una misión social. Nosotros constituimos la armonía espiritual del pueblo y traducimos celosamente sus luchas, sus ideales y sus desesperanzas".

Que tengan una bonita semana.

Mario

PD: El enlace a Caonabo lleva a un ensayo de Juan Bosch publicado en la revista cubana Carteles el 6 de Febrero de 1944



EL PAÍS PÁRVULO

La tierra en mi país tiene olor de recuerdos.
Si el pájaro hace un ángulo de heridas circulares,
los árboles meciéndose
le abren el corazón al viento
y cantan
-como si fuera un arpa de cristal y de plata-
La tierra en mi país tiene sabor de sueño.
Si la canción oscila en la pupila
de alguna enamorada:
está la tarde azul
o la noche clara.
La tierra en mi país tiene dulzura de manzana.
Mi corazón, inmóvil, ante la sombra mía:
-fina y divina y grácil y fugaz volandera-
no sabe qué decir,
Sólo alza su capa morena de pena,
al viento, a la arena,
le huye
y vuelve a vivir.
En mi país el cielo tiene color de añil.
Es sencillo el espíritu
pero la esperanza es más alta que la rosa
y la palabra es única como el eje de la tierra.
El silencio es la aguja de la noche
que abre y divide en alas los nocturnos
cantos de las sirenas.
En mi país el cielo tiene temblor de azucena.
Por los caminos regados de oro y de sueño
cruzan los dulces ojos de los tristes.
Por los caminos regados de música
vienen y van -romerías celestes-
las más dulces tristezas de la tierra.
En mi país el cielo tiene anillos de cera.
Los niños allá lejos hacen rondas doradas
y puras y claras y buenas y santas.
En mi país los niños juegan en la alborada,
la rizan en sus trenzas,
la arrullan en sus manos,
y la acunan callados en el alma.
En mi país los niños tienen el alma clara.
No hay naufragios profundos
ni alas desamparadas.
No hay sangre que refuerza los sueños
y los hunda en el sueño de la sangre.
No hay suplicio de rocío perenne
sobre corolas muertas.
En mi país,
todo tiene la gracia de las resurrecciones cándidas.
Éxtasis:
No preguntéis por mi país lejano;
lo miré
cuando tenía el alma desnuda
y aún lleva una estrella en la mano.



EL SON EN PUERTO LIMÓN

Música, danza y el son,
bailan en Puerto Limón
ritmos de fiebre y carbón.
Los negros llenos de sal,
sudando le dan al son
un ritmo muy especial.
Están locos en Limón,
retorciéndose al danzar.

Es una danza de negros
-humo, mujeres y alcohol-
un olor de los infiernos
-relámpagos de charol-
gritos de negras borrachas
alaridos del trombón.

Una negra retorcida
va apretando más el sol.
Se le escapa la cintura
con extraño rubor
y un negro desencajado
la aprieta a su corazón.
Están locos en Limón
retorciéndose al danzar!
En los Baños canta el mar
una orática canción.
Y los negros al danzar,
tienen la fiebre del son.

Ay!, mama Inés.
Ay!, mama Inés.
Todos los negros tomamos café.

Y, alza por los dedos finos
de una mano de carbón,
el ámbar de la cerveza
y la canela del ron.
Gritan a los cantineros,
y una mulata al pasar,
muestra los dientes, más blancos
que dos terrones de sal.

Y entre tanto rueda el son:
Se va el caimán,
Se va el caimán,
Se va Barranquilla,
se va el caimán,
se va el caimán.

Y gritan negros borrachos
-humo, mujeres y alcohol-
y se embadurna la noche
con figuras de charol.
Cinturas que se golpean.
Manos crispadas al son...
Senos al viento, parados
como dos copas de ron.
Los ojos casi brotados,
las piernas en la flexión
vibran, como alambres rotos
de una vieja instalación.

Música y fiebre en el bar.
Como un diástole el bongó.
Como un grito de saxofón,
como una lluvia el tambor.

Sigue y sigue y sigue más,
porque la danza es así,
locura, fiebre y carbón.
Están locos en Limón
-humos, mujeres y alcohol-
y una danza de charol
se va retorciendo al son.
Los borrachos en el bar
van gritando otra canción
y hasta el mar, el mar el mar,
también bailando está el son.

Están locos en Limón
retorciéndose al danzar.

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