martes, 18 de noviembre de 2008

México en el corazón




Hermanos:

Hoy les escribo desde Ciudad México, la ciudad del Zócalo, del Angel de la Independencia, de Coyoacán (lugar de coyotes); y del Bosque de Chapultepec, con su lago, su zoológico y sus Niños Héroes.

En esta oportunidad he visto a un México lleno de gente buena que se esfuerza por hacer su trabajo. Una ciudad movida por una mano no visible que anima a los mexicanos a trabajar a favor de objetivos comunes. Por lo menos esa es la visión que tuve en los pocos días de mi viaje.

La tarde del viernes la pasé en el Zócalo: majestuoso. En esta oportunidad lo encontré un tanto frío y distante. Ya he contado que en mí visita anterior a Ciudad México, en 1998, había visto en el Zócalo a estudiantes dejar sus libros en el suelo, calzarse unos cascabeles en los tobillos y bailar danzas ancestrales. Hoy, esa juventud la veo expresar su incoformidad con argollas en los labios. Los estudiantes que ví en el 1998 defendían sus sueños apelando a una expresión que nos unificaba a muchos en las raices: la danza de los cascabeles. Los estudiantes de hoy, defienden sus sueños apelando a una expresión que los segrega: las argollas en los labios. En el Zócalo de 1998 gravitaba de manera definitiva el Sub-Comandante Marcos, en el Zócalo de este viaje asomaba la desesperanza.

Bueno, sigo llevando a México conmigo. Nosotros, paises pequeños, tenemos que fijar nuestra atención en México, un hermano mayor con raices fuertes y profundas.

Ahora a lo nuestro.

Hoy les traigo a Jaime Sabines, poeta mexicano contenporáneo, nacido en 1926 en Tuxtla Gutierrez, Chiapas, México.

Que tengan bonita semana.

Mario


ALLÍ HABÍA UNA NIÑA


En las hojas del plátano un pequeño
hombrecito dormía un sueño.
En un estanque, luz en agua.
Yo contaba un cuento.

Mi madre pasaba interminablemente
alrededor nuestro.
En el patio jugaba
con una rama un perro.
El sol -qué sol, qué lento
se tendía, se estaba quieto.

Nadie sabía qué hacíamos,
nadie, qué hacemos.
Estábamos hablando, moviéndonos,
yendo de un lado a otro,
las arrieras, la araña, nosotros, el perro.

Todos estábamos en la casa
pero no sé porqué. Estábamos. Luego el silencio.
Ya dije quién contaba un cuento.
Eso fue alguna vez porque recuerdo
que fue cierto.



AMOR MÍO, MI AMOR, AMOR HALLADO...

Amor mío, mi amor, amor hallado
de pronto en la ostra de la muerte.
Quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.

Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
los hilos de mi sangre acostumbrada,
lo dice este dolor y mis zapatos
y mi boca y mi almohada.

Te quiero, amor, amor absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.

Te quiero desde el poste de la esquina,
desde la alfombra de ese cuarto a solas,
en las sábanas tibias de tu cuerpo
donde se duerme un agua de amapolas.

Cabellera del aire desvelado,
río de noche, platanar oscuro,
colmena ciega, amor desenterrado,

voy a seguir tus pasos hacia arriba,
de tus pies a tu muslo y tu costado.

1 comentario:

Pedro Genaro dijo...

Sí, Sabines...ya me había hablado de él y conocía algunas de sus poesías incluyendo esta segunda que es preciosa! Gracias!