lunes, 15 de septiembre de 2008

Del terremoto a mi nieta


Hermanos:

Durante la semana visité una parcelita que tengo en una sección llamada María Hernandez, que pertenece a Sabana Grande de Hostos, provincia Duarte, República Dominicana.

Es un caserío de no más de 30 familias, lo suficientemente apartado como para ser víctimas de olvido, en una zona agrícola que pudiendo ser rica porque la tierra es buena y el clima es favorable y sin embargo la pobreza señorea al punto de que es un pueblo que sólo se sostiene de su historia.

Hablé con Don Gregorio, un vecino de casi ochenta años y aún trabajando, fuerte, descalzo y machete al cinto.

De las historias y anecdotas que me contó, ha salido el breve relato de quijoteurbano que hoy les presento en poema de lunes.

Que tengan bonita semana.

Mario


Del terremoto a mi nieta

Segundos después de las primeras sacudidas del terremoto, subí a la ventana para ver la hora, pero sólo alcancé a ver una polvareda, porque la torre del campanario donde estaba el reloj se había caído.

A partir de ese cuatro de agosto y durante meses, cada madrugada, la población encabezada por el comandante de la fortaleza, el jefe local de policía, el gobernador civil, el señor síndico, la señorita directora de las hermanas del Santo Rosario, las viudas de negro, las recién casadas, algunas por casar, luego las mujeres y por último, detrás, los hombres: comerciantes, funcionarios, jornaleros, echa días y algún que otro masón confeso; y todos ellos dirigidos y sometidos a la autoridad del párroco del pueblo, quién marchaba delante de la procesión, abriéndole camino a una cruz gigantesca, llevada en los hombros de los hombres piadosos, y que cabeceaba y se balanceaba mientras la procesión coreaba y cantaba al compás de la banda del pueblo:

"Perdona a tu pueblo Señor
Perdona a tu pueblo,
perdónanos Señor"

La procesión recorría las calles del pueblo y hacía estaciones de un vía crucis de cuaresma errada que las beatas aprovechaban para lanzar jaculatorias, y los golpes de pecho y los arrepentimientos se hacían públicos y todos se hincaban en medio del camino mientras cantaban:

"No estés eternamente enojado,
No estés eternamente enojado,
Perdónanos Señor."

Con dieciséis años me negaba a creer que Dios tuviera responsabilidad alguna en el suceso. Crecí y mantuve mi sospecha de que Dios no anda mandando terremotos; pero de alguna manera quedaba la carga social y familiar y terminaba diciendo:

"Por tus heridas de pies y manos
Por los azotes tan inhumanos
Perdónanos Señor"

Muchos años después, al escuchar a mi nieta de 5 años rezar el Ave María, se cerró el círculo y ya no tuve dudas.

Mi nieta reza:

"…Santa María, madre de Dios, juega con nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amen."


quijoteurbano

No hay comentarios: