domingo, 23 de enero de 2011

Lunes 24 de enero de 2011






Hermanos:

Durante la semana un gran amigo me contó una conmovedora historia y me aseguró que la había leído en algún lugar y en algún tiempo, pero que no recordaba el nombre del autor ni tampoco el de los personajes.

Conociendo mi fascinación por la mar y sus misterios, tan pronto escuché  la historia me dije: "Esto tengo que compartirlo en Poema de lunes"

De manera que habiendo hecho la aclaración de la autoría, aquí va nuestra versión de lo ocurrido el día de Navidad de un año perdido en la memoria, a mediados del siglo pasado.

Juan era pescador de los mares del Norte. Pescando había aprendido que el hogar es un faro que siempre orienta el rumbo de navegantes y viajeros de toda tierra y mar.

Juan y María habían construido, amándose y pescando, su casa en un alto, frente al mar.

Una mañana de principios de octubre Juan se hizo a la mar, iba en busca del bacalao. María quedó en la casa con los niños, manteniendo viva la llama de ese hogar.

La Noche Buena de ese año se desató una tormenta poco usual. María sabía que por el tiempo de ausencia, Juan podía llegar de un momento a otro; pero su corazón le aseguraba que Juan estaba intentando llegar a puerto en medio de la tormenta.

Siguiendo los designios del corazón de María, Juan intentaba acercarse a puerto en una noche oscura y en medio de la tormenta.

Nunca se supo si fueron los niños o si María perdió en algún momento el equilibrio, lo cierto es que María, que tenía la certeza de que Juan llegaba, quiso subir con los niños al ático para desde allí atisbar mejor el horizonte, y en algún momento subiendo por la escalera de mano, la lámpara de queroseno que llevaba se cayó, se rompió, y el queroseno inició un voraz incendio que mantuvo ardiendo la casa de madera por horas.

Con las primeras luces del amanecer de Navidad y la mar en calma, María fue al puerto a recibir a Juan. Lo abrazó, lo besó, lo bendijo y le dijo: Anoche se quemó nuestra casa, y mientras ardía, yo, abrazada con lo niños, afuera, en la tormenta, le decía al Señor que no importaba la casa, que te trajera vivo.

Juan la abrazó, la besó, la bendijo y le dijo: anoche, en medio de la oscuridad y la tormenta, una casa en llamas nos marcó el camino.

Hasta aquí el relato. Ahora a lo nuestro.

Hoy les traigo el Poema 20 de Pablo Neruda, poeta de mar.

Que tengan bonita semana.

Mario
www.poemadelunes.blogspot.com
www.quijoteurbano.blogspot.com


Poema 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

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