lunes, 13 de abril de 2009

Del terremoto a mi nieta





Hermanos:

Finaliza la Semana Santa, regresan los vacacionistas. La Defensa Civil hace las cuentas de los heridos y fallecidos en el feriado. En nuestro caso son decenas de muertos, fruto directo de los excesos, principalmente alcoholicos.

Por mi parte me quedé en Santo Domingo, ciudad muy agradable sobre todo cuando el tránsito deja de ser problema.

Hoy les traigo un relato de quijoteurbano que tiene una base estrictamente real e histórica.

Espero que les guste.

Espero comentarios y acepto críticas.

Que tengan bonita semana.

Mario


Del terremoto a mi nieta

Segundos después de las primeras sacudidas del terremoto, subí a la ventana para ver la hora, pero sólo alcancé a ver una polvareda, porque la torre del campanario donde estaba el reloj se había caído.

A partir de ese cuatro de agosto y durante meses, cada madrugada, la población encabezada por el comandante de la fortaleza, el jefe local de policía, el gobernador civil, el señor síndico, la señorita directora de las hermanas del Santo Rosario, las viudas de negro, las recién casadas, algunas por casar, luego las mujeres y por último, detrás, los hombres: comerciantes, funcionarios, jornaleros, echa días y algún que otro masón confeso; y todos ellos dirigidos y sometidos a la autoridad del párroco del pueblo, quién marchaba delante de la procesión, abriéndole camino a una cruz gigantesca, llevada en los hombros de los hombres piadosos, y que cabeceaba y se balanceaba mientras la procesión coreaba y cantaba al compás de la banda del pueblo:

“Perdona a tu pueblo Señor
Perdona a tu pueblo,
perdónanos Señor”

La procesión recorría las calles del pueblo y hacía estaciones de un vía crucis de cuaresma errada que las beatas aprovechaban para lanzar jaculatorias, y los golpes de pecho y los arrepentimientos se hacían públicos y todos se hincaban en medio del camino mientras cantaban:

“No estés eternamente enojado,
No estés eternamente enojado,
Perdónanos Señor.”

Con dieciséis años me negaba a creer que mí Dios tuviera responsabilidad alguna en el suceso. Crecí y mantuve mi creencia de que Dios no anda mandando terremotos; pero de alguna manera quedaba la carga social y familiar y terminaba diciendo:

“Por tus heridas de pies y manos
Por los azotes tan inhumanos
Perdónanos Señor”

Muchos años después, al escuchar a mi nieta de cinco años rezar el Ave María, se cerró el círculo y ya no tuve dudas.

Mi nieta reza:

“…Santa María, madre de Dios, juega con nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amen.”


quijoteurbano

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