domingo, 26 de abril de 2009

Lunes 20 de abril de 2009





Hermanos:

El próximo viernes 24 de abril se cumplen 44 años de la Revolución de Abril, que es como se conoce en nuestra historia a la revuelta armada que se inició el 24 de abril de 1965 y que trató de llevar al poder a Juan Bosch, que había sido derrocado en septiembre de 1963.

Inicialmente fue guerra civil entre dos bandos de dominicanos, pero cuatro días despues de iniciada los norteamericanos invadieron para tomar partido a favor del bando que se oponía al retorno de Bosch, convirtiendo la guerra civil en guerra patria.

A la distancia de 44 años podemos ver con claridad que cometieron un error quienes derrocaron a Juan Bosch, que cometieron un error quienes se opusieron a su retorno y que los norteamericanos al invadir un país pequeño como el nuestro lo que lograron fue mantener abiertas las heridas de América Latina.

Yo tenía nueve años y en ese momento si había lago sagrado en la República era el Baluarte del Conde, lugar donde reposaban los restos de los padres del a patria. Tan sagrado era que no se podían tocar las cadenas que servían de límite al lugar. Pues bien, cuando los norteamericanos lograron entrar en la ciudad luego de meses luchando, colocaron allí un tanque de guerra y unas trincheras con sacos de arena. Y los norteamericanos pisaban el suelo en donde yo no podía, por respeto, ni tocar las cadenas que le servían de límite. No lo olvido y no lo he perdonado.

Hoy soplan otros vientos y vemos a un Obama empeñado en un acercamiento. La iniciativa es muy buena y todos debemos promover el acercamiento, pero es bueno que sepa que de este lado hay mucho dolor acumulado, mucha injusticia, mucha iniquidad y no se percibe a los norteamericanos como hermanos mayores, por el contrario, se tienen sobradas razones para mostrar recelo.

Ahora a lo nuestro.

Hoy les traigo a Rubén Darío porque el tema tratado va como anillo al dedo con su poema A Roosevelt.



A ROOSEVELT

Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman,
que habría de llegar hasta ti, Cazador,
primitivo y moderno, sencillo y complicado,
con un algo de Wáshington y cuatro de Nemrod.
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla español.

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.
Y domando caballos, o asesinando tigres,
eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un profesor de Energía
como dicen los locos de hoy.)

Crees que la vida es incendio,
que el progreso es erupción,
que en donde pones la bala
el porvenir pones.

No.

Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant lo dijo: Las estrellas son vuestras.

(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos.

Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva-York.

Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;

que consultó los astros, que conoció la Atlántida
cuyo nombre nos llega resonando en Platón.
Que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor.

La América del grande Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón.

La América católica, la América española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de amor,
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.

Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol.

Tened cuidado. ¡Vive la América española!

Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,
el riflero terrible y el fuerte cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios

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