Hermanos:
Hay una idea en la que vengo trabajando en las últimas dos semanas, bueno, no es precisamente que la esté trabajando, pero sí que de alguna manera ocupa mi atención últimamente. Se trata de la siguiente sentencia: "Las restricciones autoimpuestas libremente, le dan sentido al ser humano libre. El ser humano sin restricciones se diluye en el infinito."
La reflexión procede de un texto chino que habla en metáforas acerca del agua y del lago; y explica cómo el agua cuando se somete a las restricciones físicas del lago, llega a ser lago. Sin esas restricciones que le dan su forma, el agua del lago no sería lago, se diluiría en el infinito.
La verdad es que la reflexión es muy rica.
Conocer los límites autoimpuestos libremente me ayuda a conocerme y dice mucho de ese ser humano irrepetible que soy. Así, alguien podría decir, -"soy el que paga la energía eléctrica"; y otro dirá, - "soy el que no cruza un semáforo en rojo". Claro, hay que vivir en dominicana para entender que ambos son ejemplos de restricciones autoimpuestas libremente, y esto así porque no hay poder alguno que obligue a una persona a pagar la energía eléctrica consumida ni a esperar la luz verde en una intersección.
Como ven, de una reflexión filosófica existencial con metáforas de lagos y montañas autoimpuestas que limitan, hemos pasado a una realidad social de desenfreno, sin límites visibles ni fronteras. Ese camino nos diluye como pueblo. Necesitamos las restricciones y el gran reto es que deben ser autoimpuestas.
Ahora a lo nuestro.
Hoy les traigo de nuevo a Rosana Aquaroni, una mujer que me coloca en el portal de un misterio profundo. El tercer poema de esta muestra "...nos regresa al origen, sus lámparas de arena, la palabra en el vientre, cuando todos vivíamos recíprocos y juntos cuidando las heridas."
Que tengan bonita semana.
Mario
www.poemadelunes.blogspot.com
www.quijoteurbano.blogspot.com
Como una balsa ardiendo
Como una balsa ardiendo
en el centro del agua,
una bañera terca rebosa lentamente
en mitad de la noche.
La tibieza del agua desatada,
liba la flor de las mareas
acarrea cigüeñas
y tortura con zarzas y gacelas
ríos de oscuridad.
Así el agua ha llagado la humedad de mi vientre
y deposita almendros sobre mis pies descalzos.
Ya sólo espero el relato del agua,
la lenta
supuración
del llanto.
Dos cuerpos que se amaron
Dos cuerpos que se amaron
y nunca cicatrizan.
Sonaja de recuerdos
que nos van tropezando
a la deriva blanca.
Sólo se besa aquello que se ama.
Un muerto no se ama.
Labranza que madura cuando los negros frutos.
Sólo encuentro tu piel para perseverar,
pero la piel no alcanza.
Como quien se desprende hacia el olvido
y acobarda las alas bajo el rostro,
un amor se descalza en otro amor
como la sal madura
sobre otra sal inerte.
La misma incertidumbre
La misma incertidumbre
con la que un día preciso
que ya fuiste acordando sin saberlo,
comienza a desprenderse
la leve gasa que ocultara
la trama de tu herida,
una herida reciente que late sin hablar
y está tan dentro
que tu vida depende de mantenerla viva.
Con la misma soltura
con la que cada órgano se acomoda para el parto
y se abre un trecho de luz
en mitad de tu cuerpo,
una tarde descubres
que no puedes contar tus cicatrices
pues sus bordes te unen a fragmentos de otros,
a vidas paralelas,
a bálsamos de humo.
Y es entonces
que esa herida se cumple
y es más cierta que el mundo,
nos regresa al origen,
sus lámparas de arena,
la palabra en el vientre,
cuando todos vivíamos
recíprocos y juntos
cuidando las heridas.
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