Hermanos:
En una reflexión de Semana Santa vimos a Moisés recibiendo las Tablas de la Ley, un decálogo para la vida que está inscrito en el alma humana y que a nuestro humilde entender pasa de generación en generación en las cadenas helicoidales del ADN. Todo el antiguo testamento gira en torno a un Dios que desea comunicarse con su pueblo y de los esfuerzos de ese pueblo para interpretar a ese Dios. Hay que saber que caminaron durante cuarenta años en el desierto, guiados por una nube que cuando se detenía, ellos acampaban, y en el instante en que se ponía en movimiento, ellos iniciaban la marcha.
La culminación de ese esfuerzo de Dios por comunicarse con su pueblo es Jesús, su hijo, quien vino a mostrarnos Su Reino.
En su momento Jesús resumió en tan solo dos, los diez mandamientos que le habían sido entregados a Moisés: Amarás a Dios sobre todas las cosas y amarás al prójimo como a ti mismo. Si lo hubiera dejado ahí, hubiese sido algo tan general la propuesta, que sólo algunos seres humanos hubieran entendido, con todo su ser, no solamente con el intelecto, el alcance y la profundidad de esa propuesta de vida. La madre Teresa de Calcuta le escribió un verso a ese poema cuando con su voz y con su vida dijo que había que amar hasta que doliera.
Jesús fue más allá y nos dejó una guía detallada para alcanzar El Reino. Un Reino por el cual debemos pedir que venga a nosotros, es decir, que debe tener presencia aquí y ahora entre nosotros. Un Reino que tiene ámbitos de acción y así podemos hablar de ese Reino en mi vida, en mi trabajo, en mis relaciones interpersonales, hasta llegar al Reino de Dios cumpliéndose y reinando en toda la humanidad.
Sin ser textual la cita, aquí está el mapa del Reino que nos dejó Jesús, el Cristo resucitado que hoy celebramos:
Si quieres ser el primero, hazte el último. (Mateo 20, 16)
Si te piden que camines una milla, camina dos (Mateo 5, 41)
Si te quitan la túnica, déjale también la capa (Mateo 5, 40)
Al que te pida dale y no le vuelvas la espalda al que te pide algo prestado. (Mateo 5, 42). En Lucas 6, 30 hay una versión más extrema: "Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames"
El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. (Juan 8, 7)
Perdona hasta setenta veces siete. (Mateo 18, 21-22)
Reconcíliate con tu hermano antes de presentar tu ofrenda. (Mateo 5, 23-24)
Si te dan una bofetada en la mejilla derecha pon la mejilla izquierda. (Mateo 5, 39)
No porque me digan "Señor, Señor", entrarán en el Reino de los cielos. (Mateo 7, 21-23)
Ama a tus enemigos. (Mateo 5, 44)
Hay muchas otras señales del Reino, todas ellas tienen en común el descubrir que la humanidad es una y que lo bueno o lo malo que haga en su conjunto es responsabilidad de cada uno de nosotros en particular. Si mi hermano me hace daño, debo entender que su actuación tiene un componente suyo y un componente social en el cual estoy involucrado hasta el tuétano. Visto así, no hay reclamo.
Esta Pascua de Resurrección es una muy buena oportunidad para revisar como está el Reino en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro trabajo y en nuestras relaciones interpersonales. Así sabremos donde poner la tilde para que venga a nosotros Su Reino.
Ahora a lo nuestro.
Hoy les traigo a Francisco Dominguez Charro, dominicano de San Pedro de Macorís y enormísimo poeta.
Que tengan bonita semana.
Mario
www.poemadelunes.blogspot.com
www.quijoteurbano.blogspot.com
Viejo negro del puerto
Viejo negro del puerto
hace mucho que vengo mirando
la oscura silueta de tu cuerpo manso,
deslizarse, en silencio, en las noches,
del muelle a lo largo;
por recintos cargados de sombras
con tu fardo de penas a espaldas,
yo te he visto escrutando, a lo lejos
algún raro misterio perdido en lo alto...
Y te he visto, sumiso, responder al reclamo
-de ese grito silente de tu alma-
cuando aspiras el humo con tu pipa
en profundas y lentas bocanadas...
Y te he visto, también,
deshilar el fulgor de tus ojos noctámbulos
por las aguas plateadas...
Viejo negro del puerto!
Esta noche de niebla es propicia
al rito mudo de tu fervor atávico;
prende tu pipa fuerte, embriágate de trópico,
sumérgete en ti mismo y apura tu nostalgia...
Escancia la tortura de tu alma
en un festín inmóvil con tus ansias:
Insúflate en la nada,
penetra los abismos insondables,
fija la indescriptible quietud de tu mirada,
y acorta la jornada redentora
de tu retorno al África...
Viejo negro del puerto,
retorna en el espíritu a tu selva sagrada.
Embárcate en la leve piragua imaginaria
de tu inconsciencia mártir
-y llora inconsolable-
que en esta noche lánguida
sólo un millón de estrellas
queda sin recorrer tus lágrimas...
Viejo negro del puerto
beodo iluso de agonías nocturnales;
yo he visto, muchas veces, tu herida destilando
llamaradas intensas de fugas ilusorias,
y tus pupilas mansas se han teñido de selva
en actitud fantástica...
¡Viejo negro del puerto!
¿Qué deseo te taladra?
¿Qué mística idolátrica penetra en tus entrañas
que, inmóvil como estatua, te embriagas de fulgor
de mil estrellas lánguidas...?
...Inútilmente sueñas con tu retorno al África.
Si pudieras tejer con tus brazos
un pedazo de jungla flotante
y dejarte arrastrar por los mares...
O tejer con clarores de luna
un velamen muy blanco y extraño
y dejarte impulsar por el aire:
-¡Qué aventura tan grande!-
¡Viejo negro del puerto!
¡Quisiera consolarte!
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