domingo, 17 de abril de 2011

Lunes 18 de abril de 2011






Hermanos:

Durante la semana tuve el grato placer de hablarles a un grupo de jóvenes del Colegio Babeque, que tenían entre doce y diecisiete años de edad, sobre un tema que me apasiona. Les hable de "Ciudadanía y democracia". Inicié la charla diciéndoles que la Dominicana de hoy no es ni sombra de la Dominicana de mi niñez en los finales de 1950. Les dije que para que tuvieran una idea del atraso político nuestro en esa época, bastaba con decir que nací en el 1955 en Ciudad Trujillo,  porque a la ciudad de Santo Domingo le habían cambiado el nombre y la habían bautizado como Ciudad Trujillo, que era el apellido del tirano de turno. Les dije que si lo pensábamos bien, todos estaríamos de acuerdo en que hoy era imposible una acción como esa, porque el pichón de tirano que quisiera intentarlo estaría seguro de que solamente lo lograría pagando un altísimo costo político. Y entonces les dije: "Pues bien, la historia del movimiento social que hizo posible que una sociedad atrasada políticamente y altamente tolerante se convirtiera en una sociedad menos atrasada y mucho menos tolerante, esa historia, podría llamarse como el título de la charla que hoy nos convoca: Ciudadanía y democracia"

En la charla desarrollé esa historia del movimiento social dominicano desde 1959 hasta nuestros días y pude documentar con hechos la tesis de que cada vez que ha sido necesario defender el sueño dominicano, siempre ha habido una vanguardia de la "indómita y brava" (como nos define nuestro Himno Nacional) que ha sabido exponerse a todos los riesgos, en favor de ese sueño y dejando de lado intereses personales.

En otro orden de ideas les comento que en la semana tuvimos a Mario en casa, nuestro hijo mayor que vive en Pittsburgh, Pennsylvania. Vino porque era jurado en un concurso literario y se pasó de lunes a sábado. Al caer la tarde de miércoles me llamó y me invitó a tomarnos un trago en un "bar de la zona" (zona Colonial, la ciudad intramuros).

Por dónde va...

Por dónde voy...

Qué nos conmueve...
Por qué causas agitamos las banderas...

Hermoso y significativo  encuentro.

Ahora les comparto algo que para mí ha sido una revelación. Navegando en ese mar inquieto del Internet me encontré con la palabra "Mamihlapinatapai" que en la lengua de los indígenas Yámanas, de Tierra del Fuego, describe "una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra inicie una acción que ambos desean, pero que ninguno de los dos se anima a iniciar."

Un verdadero mantra Monegro, "Que bien sé yo la fonte que mana y corre aunque es de noche..."

Una de esas posibles miradas mamihlapinatapai es de amor, y Benedetti al hablar de la mirada de dos enamorados dice: "...Y se miran fanáticamente a los ojos, como si el amor fuera un brevísimo tunel, y ellos se contemplaran por dentro de ese amor..."

La próxima vez que te sientas viviendo esa mirada de amor mamihlapinatapai, el secreto es vocalizar muy quedo el mantra, diciendo: "mamihlapinatapai"

Al escucharlo, tu pareja preguntará de qué se trata, y al explicarlo, todo estará dicho.

Bien, ahora a lo nuestro.

Hoy les traigo a Pablo Neruda con dos de sus sonetos.
Que tengan bonita Pascua.
Mario


Soneto VI

En los bosques, perdido, corté una rama oscura
y a los labios, sediento, levanté su susurro:
era tal vez la voz de la lluvia llorando,
una campana rota o un corazón cortado. 

Algo que desde tan lejos me parecía
oculto gravemente, cubierto por la tierra,
un grito ensordecido por inmensos otoños,
por la entreabierta y húmeda tiniebla de las hojas. 

Pero allí, despertando de los sueños del bosque,
la rama de avellano cantó bajo mi boca
y su errabundo olor trepó por mi criterio 

como si me buscaran de pronto las raíces
que abandoné, la tierra perdida con mi infancia,
y me detuve herido por el aroma errante.

Soneto XVIII

Por las montañas vas como viene la brisa
o la corriente brusca que baja de la nieve
o bien tu cabellera palpitante confirma
los altos ornamentos del sol en la espesura. 

Toda la luz del Cáucaso cae sobre tu cuerpo
como en una pequeña vasija interminable
en que el agua se cambia de vestido y de canto
a cada movimiento transparente del río. 

Por los montes el viejo camino de guerreros
y abajo enfurecida brilla como una espada
el agua entre murallas de manos minerales, 

hasta que tú recibes de los bosques de pronto
el ramo o el relámpago de unas flores azules
y la insólita flecha de un aroma salvaje.

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