domingo, 18 de diciembre de 2011

Lunes 19 de diciembre de 2011







Hermanos:

Cuatro veces al año iba a la peluquería y se  recortaba el pelo. Desde que el cabello le empezaba a cubrir las orejas,  ella entraba en un estado de avisos de corta periodicidad en los que  primero le rogaba, luego le motivaba y al final lo intimaba a pelarse en el impostergable plazo de 12 horas.

En esas estaban y ya había llegado el día fatal de las 12 horas impostergables que él había asumido con estoica resignación.

Esa mañana salió de su casa con el propósito de pelarse al final de la tarde.

Mucho se ha dicho de la conspiración cósmica que favorece el acercamiento, el buen vivir y la buena vibra de un grupo de amigos. Lo cierto es que una reunión de trabajo al final de la tarde, entre amigos, terminó en un bar de puerto, más allá de los cantos regionales y de la Shakirización de la mesera.

Al regresar esa noche a su casa le dijo muy apenado a ella:

"Ay mi amor, no me pelé"

Ella le dijo, comprendiéndolo entero: "Sí, has llegado bien tarde, pero no te preocupes, no te voy a pelear"

Cada vez que recuerdan esa historia, él la besa.

Bien, ahora a lo nuestro.

Hoy les traigo de nuevo, porque no podría hacer algo distinto, a Franklin Mieses Burgos, el poeta dominicano que más hondo me cala.

Que tengan bonita semana.

Mario


Canción de los ojos que se fueron

Se me fueron los ojos por mirar la presencia
posible de las cosas que pasan como el río,
como el pájaro blanco de una luna sin alas,
como el cristal en donde se desnuda el silencio.

Desde niño se fueron...
y ahora tengo en la sangre
otros ojos que miran por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante,
y esta es mi pena ahora: el término y distancia;
el que yo muera siempre, mientras los otros cantan
cuando yo me deshago de llanto entre las yerbas
buscando la sonrisa que olvidan las estrellas
al huir presurosas ante la luz del día.

Yo me iría tirando también como los otros
en un cauce perfecto mis redondas palabras;
pero no puedo, no; hay otras formas mudas
que me llaman más hondo que la voz de las aguas.

Yo sé que nadie ignora la vida de mis ojos
allí donde la niebla tiene rosas moradas,
y el silencio devora la imagen de otra luna
hecha de anochecidas canciones apagadas;

allí donde los nardos son palomas crecidas
con las alas quebradas,
y el jilguero no es sólo la dulzura de un canto,
sino una ruta ancha por donde de puntillas
llega de noche el alba;

quiero decir: allí donde todas las hojas
elaboran por dentro de la savia fecunda
de sus verdes entrañas,
la presencia de una primavera enterrada,
en donde están gritando de angustia por su vida
las rosas que no nacen;

allí están mis ojos: los ojos de mi sangre,
los que miran tan sólo por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante;
los ojos que me dieron, que no fueron de carne;

allí están en la sangre
mirando el lado opuesto, la forma diferente,
el oculto sentido de la carne y la esencia;
porque todas las cosas tienen su doble sombra,
hasta la voz y el viento.

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